Soñado por Iñaki San Martín on 10/30/2007

Ilusionado me aproximaba al tablón, tras arduas noches en vela y los ahorros de mi vida gastados en tazas de café, satisfecho había realizado la prueba de la que ahora esperaba la nota.
Entré en el aulario de la universidad y torcí hacia la derecha, rumbo a bedeles, los latidos de mi corazón se incrementaban conforme me acercaba al tablón y, en breves instantes que parecían años, buscaba con emoción la hoja, comenzando a recorrer con la mirada los nombres que la formaban cuando la encontré.
Cerré los ojos al ver el mío, como un niño en navidad, y a tientas remarqué con las manos mi nota, entonces abrí los ojos. Después los abrí mucho más, incluso mi mandíbula inferior se dejó caer inerte. Busqué mi nombre de nuevo y con el dedo recorrí la fila que me correspondía, no había ninguna duda: 1, Suspenso.
La nota era clara, y el mazazo cayó sobre mi como una jarra de agua recién traída de los Pirineos (todo lo que ocurra a partir de este punto es totalmente ficticio e inventado, así que no asustarse).
Me recobré del mazazo y cerré los puños, de los brazos me salían llamas que se reflejaban en mis ojos. Apunté con el dedo índice al tablón y, con una llamarada que surgió de la punta, quemé la hoja de los resultados, haciendo un boquete llameante en la vitrina que los protegía (aquí comienza a sonar “Kill em all”, de Metallica, sin que nadie sepa de dónde viene la música).
- ¡Qué demonios! – gritó el bedel, corriendo hacia mí.
7 noches en vela, los ahorros gastados, y todo para un uno, todo aquel que se interpusiera en mi camino sería víctima de mi ira.
Con movimientos ágiles de brazos distraje al bedel, para luego golpearle por todo el cuerpo y estamparlo contra una pared de un patadón.
- ¡Se…seguridad! – trató de gritar el bedel, pero sólo un gemido susurrante salió de sus labios. Aún y todo, un uniformado guardia de seguridad acudió presto al punto donde nos encontrábamos, porra en ristre.
Segundos después, el guardia estaba clavado en la pared opuesta a la del bedel, y si digo clavado es porque la porra, que ahora le atravesaba el abdomen, era lo que le sujetaba en la pared a un metro del suelo.
Al otro extremo de la sala, el bedel pagaba por su osadía: unas rojas llamas le envolvían el cuerpo, haciéndole proferir aterradores gritos de dolor.

Me aproximé a las puertas automáticas que dan a la biblioteca, las cuales (como es típico siempre que alguien lleva prisa) estaban estropeadas y no se abrieron cuando me acerqué. Poco después no volverían a abrirse nunca más: un estallido sonoro las hizo volar atravesando el patio hasta quedarse clavadas en la pared norte de la biblioteca.
- ¡Joder, odio esa estatua! – dije con voz satánica, mientras pegaba un salto de cinco metros hasta quedar de pié sobre el pedestal, junto a la escultura. La arranqué con furia y la lancé hacia el espacio a velocidad de escape. Después le arrojé una llama que la mandó al hiperespacio en llamas.
Bajé la mirada y vi cerca de trescientas personas con pancartas y máscaras que me observaban petrificadas. De repente uno de ellos gritó:
- ¡A por él!
Y trescientos furiosos manifestantes se abalanzaron sobre mí. Por el otro lado, treinta antidisturbios armados, lanzaban pelotazos y cargaban con sus porras.
Los pelotazos se fundían antes de rozar mi piel en llamas, y mi ira iba en aumento. Se iban a enterar. De un puñetazo rompí el pedestal e hice un boquete en el suelo. Lo más grande que quedó del pedestal se lo podía comer una hormiga de un mordisco.
Después me lié a tortazos con los manifestantes, que eran arrojados en llamas (con pancartas y todo) hacia los antidisturbios. Había uno con una pancarta metálica, así que se la quité y lo lancé lejos, haciendo que abollara uno de los furgones policiales. A partir de ese instante la dura barra metálica mamporreó caras y partió cascos, escudos y pancartas por la mitad, mientras miles de llamas se estrellaban en todos lados.

En cinco minutos, la manifa se redujo a tres amasijos de hierro (otrora florecientes furgones policiales) y montones de cadáveres esparcidos por doquier (incluso colgando de las farolas).
Dos seguratas de la universidad observaron atónitos el espectáculo desde dentro del aulario, y salieron despavoridos hacia el plan sur, abandonando en su loca estampida la porra, el DNI y un par de pelos de las cejas.

Ya no había nadie que se interpusiera entre yo y el despacho del profesor que me había suspendido injustamente. Llegué hasta el edificio de las encinas, pero esta vez no esperé a que se me abrieran las puertas, una explosión las lanzó hasta el otro lado del edificio, desgarrando las paredes. El portero optó por lo más sensato: esconderse bajo el mostrador y rezar. Pero no tenía tiempo para él, demasiado tiempo se había regodeado el profesor. Había llegado su hora.
- No pienso subir las escaleras – dije con voz grave.


Continuará…

4 comentario/s:

Daedalus dijo...

"300 furiosos manifestantes"...
jajajajajajajajajaja!!!
this...is... UPNAAAAAAAAAAAAAAAAA!!
Me he reído mogollón, está muy bien escrito. Eres muy buen escritor de escenas de acción, doy fé de ello. Estaría guay ver todo esto rodado en vídeo. O ¡que cojón, verlo en vivo!

ekaitz rojillo dijo...

Muy buen comienzo, me quedado hasta con intriga... y ya es decir. Solo tengo un pero... ke dificil m va ser superar esto! mi reto a partir d ahora sera llegar a publicar un cuentillo

Ainulindalë dijo...

wow! escribes muy bien! cincido con daedalus en lo de la accion!!!quiero ver estallar la biblio (¿no os suena?) no , realmente me daria penita..esta mi mesa ahi jajajjajaja!!! y gracias por mi ovacion al quake... mmm algun dia no me suicidare y asi no sacare menos dos!!!! ajajaja

Iñaki San Martín dijo...

ainulindalë, que conste que la segunda parte no la he escrito porque me hubieras dado la idea de la bilbio tú, efectivamente sale en la segunda parte, y me ha parecido sorprendente la casualidad de que lo dijeras en el comentario, pero palabra que para cuando lo he leido ya estaba escrita, solo me falta pasarla a ordenador.