Así, quedé de pié en el segundo piso y lo primero que hice fue incendiar el ascensor y las escaleras, así no podría escapar el objetivo. Comencé a caminar por el pasillo de la derecha hasta llegar al despacho.
- ¡Cómo me cabrea que haya tanta jodida puerta! –dije.
Momentos después, la puerta del despacho volaba por la ventana y se chocaba contra el edificio contiguo.
- ¡Eh! Oye, joven, te acabas de cargar la puerta, y con el estallido se ha roto el jarrón que me regaló la rectora. ¡Me debes una indemnización! – me soltó desde su silla, totalmente serio el profesor.
- ¿Indemnización? ¡Esto es lo que te debo! – ladré soltando una llamarada que churruscó el reloj de pared que estaba sobre el profesor y algún pelo de su cabeza.
- ¡Joder, estás que ardes! Pero no acabarás conmigo tan fácilmente -. Se sentó en su silla y pulsó un botón del respaldo. El asiento se desprendió y el profesor salió volando por un agujero del techo con el asiento.
- Odio que se escapen como ratas... – y, diciendo esto, salté por el agujero del techo en pos del vil asiento.
El profesor había aterrizado en el tejado de la biblioteca y había entrado por una puerta de la azotea. No me apetecía reventar otra puerta, así que hice un boquete en el tejado de la biblioteca y la atravesé de lado a lado hasta que mi puño se estrelló contra el suelo, haciendo un cráter del tamaño de Godzilla.
Los ordenadores y el mostrador del centro de la biblioteca se habían volatilizado y la bibliotecaria, que corría hacia la salida, recibió un puñetazo llameante que la lanzó hacia arriba, a hacerle compañía a la estatua.
- Eso por echarme de la biblioteca por jugar a cartas – rugí mientras se perdía en la lejanía del espacio.
Mirando hacia arriba, vi al profesor correr por detrás de las cristaleras del segundo piso de la biblioteca.
De dos saltos (uno para derribar el puente de la biblioteca, que tan poco me gustaba), atravesé las cristaleras y comencé a correr tras el profesor.
Éste apartó un libro de Sistemas Operativos (Novela común: --, Libro de Sistemas Operativos: ---------------) de una estantería, sacó una extraña botella y se la bebió entera. Milésimas de segundo después atravesaba en línea recta los dos pisos de la biblioteca hacia abajo, “ayudado” por una patada de fuego, estrellándose en la planta baja.
- ¡Ups! Creo que se me ha ido un poco la mano – dije soltando una sonora carcajada.
Pero una risa de ultratumba surgió del boquete recién creado. El profesor salía del agujero transformado en un golem de piedra. La enorme bestia pétrea anduvo hasta el pasillo central rompiendo mesas y espachurrando alumnos que aún seguían estudiando en la biblioteca.
El bicho continuaba riéndose, mirando hacia donde yo me encontraba, voceó:
- Ahora soy el ser más fuerte de la tierra. Ven aquí, llamitas, que te voy a arreglar la cara.
- ¿Eso es todo lo que puedes hacer, patético ser? – Dijo esbozando una media sonrisa – Pues ahora me toca a mí...
Diciendo esto me agarró por la cabeza y me soltó un rodillazo en el abdomen que me hizo volar un poco hacia arriba, para que después me diera un patadón que me lanzó por la esquina sureste de la biblioteca.
Salí volando de entre los escombros del comedor y, tomando impulso en el edificio del rectorado (hecho que mandó el edificio al completo a la azotea de El Sario), volé a velocidad de vértigo por el pasillo de setos (ahora en llamas) hasta que casi alcancé al golem, puesto que se apartó de nuevo de mi trayectoria. Sin embargo, me esperaba algo así y, rebotando en la pared norte (que se espachurró contra el aulario), me relancé hacia el golem, dándole de lleno en la cadera (por llamarlo de alguna manera).
Un alarido cavernoso retumbó en las pocas paredes que le quedaban a la biblioteca, y el poderoso hombre de piedra cayó al suelo partido por la mitad, convirtiéndose en roca inerte.
Yo me quedé ahí, de pié sobre el canto de una mesa volcada, observando el final de la bestia. La corriente que se formó en el edificio (algo normal con tanto agujero por todas partes) fue lentamente sofocando mis llamas. La ira me abandonaba, y poco a poco recobré mi forma humana.
Me puse de pié y miré al rededor. Todo ruinas y destrucción, pero había cumplido mi venganza.
- Me compadezco de aquel que tenga que limpiar este estropicio – dije en voz alta, riendo tranquilo.
Caminé hacia la parte norte, saliendo de la biblioteca por la “nueva puerta”. En ese instante, un alumno superviviente salía de su escondite, feliz por seguir vivo, hasta que vio como lo que quedaba de biblioteca se derrumbaba encima suya.
Echando una mirada hacia atrás deduje que allí ya no se podría estudiar. Además, como yo era de los que preferían estudiar en casa, no lamenté la pérdida.
Inicié mi andadura rumbo a la cafetería (pasando por entre los cadáveres y furgones del capítulo anterior), pensando alegre que seguro que seguro que habría alguien deseando echar una partidita de mus.
...FIN
3 comentario/s:
¡Nadie podrá con la cefetería! ¡Viva los pinchos de tortilla de patata con jamón y queso! Por cierto, esos empollones que seguían estudiando en la biblioteca aún después de tu fogosa intrusión, se merecían una muerta horrenda, por chaponcetes. Para que luego digan que no se lo ganan...
jajaja, cierto es, Daedalus.
En su ira, sin saberlo, el personaje hizo un favor a los humildes estudiantes de la UPNA (que se llama así porque sin la "A" del final quedaría algo demasiado facha).
Una vez más gracias por leerme... y a los demás...
¡¡¡NO ME OBLIGUEIS A CHAMUSCAROS!!!¡¡¡QUE LO LEÁIS, COJON!!!
jajaja, es broma.
¡Saludos a todos!
¡Santo cojón! Has usado una expresión con copyright... ándate con ojo, si no es el SGAE, será el JSG el que te suelte una paliza por pirata...
Por cierto:
"...END"? No lo creo...
(¡vivan los puntos suspensivos!
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