Soñado por Iñaki San Martín on 2/22/2009

Me desperté súbitamente, jadeando. Todo estaba oscuro a mi alrededor. Me levanté de un salto de lo que noté como una cama dura, y me puse alerta, pues algo me decía que mi vida corría peligro.

Por el frío que sentía en el cuerpo sólo llevaba puesta ropa interior y en las mejillas notaba un picor peculiar, como el que sólo da una barba de varios días.

No recordaba nada, ni quién era, ni de dónde era... ni qué era aquel oscuro lugar, aquella habitación en penumbra, aquella celda de sombras.

Algo se movió detrás de mí, de un salto me aparté, poniéndome precavidamente en guardia.

Silencio.

No se oía nada... pero cuando mis ojos comenzaron a acostumbrarse a la penumbra logré distinguir dos pequeños puntos que relucían en la oscuridad como ojos de felino.

Antes de darme cuenta, lo que sea que hubiera en aquella habitación saltó sobre mí, haciéndome caer de espaldas.

Lo tenía encima, intentando cazarme con lo que intuí serían feroces fauces. Mi mano izquierda luchaba por mantener a la bestia lo suficientemente alejada de mí, mientras que la derecha buscaba a tientas en las tinieblas de la habitación.

Encontró algo duro y de tacto metálico.

Con un rápido movimiento, estampé aquel objeto contra mi agresor. Se escuchó un gemido indescifrable y me vi libre. Me levanté dispuesto a plantar cara enarbolando el objeto metálico.

Al fin, mis ojos pudieron ver casi del todo a mi agresor... pero no podría decir si era humano o animal. Se movía amenazadoramente a cuatro patas, era tremendamente delgado, huesudo, no aparataba la mirada de mí, ni de mi arma, y sus ojos despedían... odio. Un odio profundo y oscuro como sus ojos.

Tras él logré distinguir el débil destello del marco de una ventana con la persiana bajada. Pensé que sería una buena manera de salir de allí, puesto que no había visto ninguna puerta. Siempre y cuando lograra librarme del espeluznante ser.

Saltó de nuevo pero esta vez yo fui más rápido, me agaché y conseguí golpearle con la punta roma del arma en el pecho. De haber sido una lanza o espada lo habría ensartado como una aceituna. Esta idea me llenó de satisfacción al imaginármelo. Al instante intenté de deshacerme de esa aterradora sensación que sentía casi como placentera.

El bicho cayó de espaldas a un lado, y decidí que había llegado el momento.

Corrí cuanto pude hacia la ventana y embestí con el arma por delante.

Unos luminosos rayos de luz llenaron la habitación. El extraño ser, que de nuevo se había lanzado a por mí, se protegió la cara con sus huesudas manos y retrocedió. Le golpeé de nuevo con el arma, dejándolo retorcido de dolor en el suelo y totalmente cegado por la luz.

Salté por el hueco que le había hecho a la ventana y eché a correr.

4 comentario/s:

Iñaki San Martín dijo...

Sé que ya había publicado este relato en otro blog... pero tenía que hacerlo también aquí, no?...

... que duro es esto de estar en dos blogs.

Daedalus dijo...

Para hacerlo más duro aún un gallego te había dejado un comentario con un link muy muy sospechoso. Lo he eliminado. Galicia euskalduna o de nadie

Iñaki San Martín dijo...

good job!

Daedalus dijo...

Siempre se me ha dado bien destruir propiedades ajenas.